El primer encuentro
Los chamanes de México están agrupados en diferentes linajes, según sus técnicas, procedimientos y su particular concepción acerca de la realidad. Entre estos linajes está el de los graniceros de Morelos, que se dedican al manejo de las condiciones atmosféricas, con el fin de evitar que las tormentas, granizadas o heladas destruyan los sembradíos de las comunidades que protegen. Don Lucio Campos es uno de los directores del linaje de los graniceros de Morelos. Para Don Lucio, la realidad se divide en dos grandes secciones: la del mundo visible y la del mundo invisible. El mundo visible es la realidad de los objetos, de los cuerpos y de las condiciones físicas y materiales. El mundo invisible, en cambio, es la realidad de los seres que viven en el espacio, los trabajadores del tiempo.
Según Don Lucio, un chamán de su linaje puede entrar en contacto con los trabajadores del tiempo si es escogido para ello. La manifestación de la elección es un evento de proporciones terribles, que consiste en la caída de un rayo en el cuerpo del candidato y la supervivencia del mismo. El propio Don Lucio fue herido hace más de treinta años, tras lo cual se convirtió en chamán. Como tal, don Lucio se dedica a curar a los miembros de la comunidad que así lo solicitan. Además de su labor como curandero, don Lucio es maestro y guía de un grupo de discípulos que lo visitan. Una vez al año, el 5 de mayo, este chamán, junto con los miembros de su linaje y sus discípulos, realizan una ceremonia en El Caleca, una cueva localizada entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En esta cueva Don Lucio pide poder para enfrentar las tormentas y las granizadas con éxito.
La vida cotidiana de Don Lucio transcurre como campesino morelense, dedicado al cuidado de su milpa, de sus animales y de su hogar. Casado y con varios hijos, don lucio afirma que su labor como chamán debe mantener un equilibrio sano y una integración sin roces con su vida como marido, padre, abuelo y campesino. Don Lucio dedica un lugar especial de su casa a su altar, en donde practica sus artes de curandero y su magisterio chamánico. Fue a través de un amigo que me enteré de la existencia de don Lucio. Mi interés por el estudio de las concepciones relativistas acerca del tiempo me hizo ir en su busca. El siguiente es un relato de mi primer encuentro con él.
Una tarde me dirigí a Tlayacapan. No conocía la dirección de don Lucio, así que decidí dejarme guiar por la intuición. A la altura de un granero reconocí una choza extraña y, pensando que ahí vivía don Lucio, la exploré. Después de ese y otro intento fallido, opté por preguntarle a mi amigo la dirección de don Lucio. Mi amigo, antropólogo experto en chamanismo y cineasta experimental, me informó donde podía encontrarlo. Sali de Tlayacapan y en el camino me envolvió una tormenta terrible. Unos niños me hicieron dudar de proseguir la marcha y eso hizo que me encontrara a Don Lucio en su camioneta en la carretera. De todas formas, conocí a su familia. Su esposa una india bellísima y ya entrada en años, me impresionó por la pureza de sus rasgos, con arrugas que le surgen de los ojos en dirección lateral, las mismas arrugas que don Lucio tiene.
El segundo encuentro
Dos días más tarde volví a encontrarme con Don Lucio. Salí en la mañana de la Ciudad de México y a la hora de la cita me hallaba apenas en el mirador de Cuernavaca. Me sentía cansado y de mal humor. Después de dormitar unos instantes sentí de pronto la necesidad de irme. Puse en marcha el automóvil y en menos de 6 minutos estaba ya en Tepoztlán. Algo pasó, pues a la velocidad con la que viajaba ese trayecto dura 12 o 13 minutos. Parecía que una fuerza me hubiera tragado y depositado después en Tepoztlán.
Más tarde, Don Lucio me recibió amablemente ofreciéndome una pequeña silla en su cuarto de los altares y ofrendas, repleto de imágenes de santos y cruces colocados en el centro de una mesa. Después de saludarnos y preguntar por mi origen y lugar de residencia, sonrió abiertamente y me cuestionó: ¿Qué se le ofrece?. Me sentí obligado a explicar mis intenciones. Le platiqué de mi trabajo y mi convicción acerca del tiempo como puerta de acceso a la sabiduría. Después de la explicación. Guardé silencio. Don Lucio recargó su barbilla en la palma de su mano y entrecerrando los ojos meditó unos instantes. Al final volteó a verme y dijo: “El tiempo es muy importante, pero aprender de él es muy difícil y caro”.
Yo sentí una incongruencia. No podía mezclar lo económico con lo espiritual y menos tratándose de un indio. Fui criado por una india, la que, al morir mi madre, ocupó su lugar en la casa. Conocí la belleza, la pureza y la honestidad que esconde el alma y el corazón de un indio. La referencia que Don Lucio hacía acerca de lo caro que iba a salir mi aprendizaje, me dejó confuso y alarmado. Sin embargo, había algo en su cara que no coincidía con el factor monetario. Don Lucio seguramente estaba probándome. Cuando llegué a esa conclusión me tranquilicé y dije:
-Pues usted dirá, y ya veremos si me alcanza.
Don Lucio lanzó un mmmh… y después de meditar otro momento, cambió abruptamente de tono.
-Se necesita mucho entusiasmo -dijo suavemente-, y además el riesgo es alto. La gente del tiempo es muy dura y ahí no existen caminos.
Pensé que había escuchado mal. Don Lucio hablaba de gente del tiempo y mencionaba un lugar específico en el cual habitaban. Pensé que quizás se refería a otro plano de existencia.
- ¿En qué lugar viven esas gentes Don Lucio?
Sonrió de nuevo con una expresión de serenidad mezclada con misterio e ironía.
-Yo sé de qué hablo, Jacobo. Yo viví tres años con ellos y no es fácil.
-¿Tres años?- Pregunté asombrado.
-Si señor- me respondió Don Lucio con convicción-. Estuve 3 años con ellos y me enseñaron lo que es el tiempo.
Mi entusiasmo aumentaba a cada instante. Creo que si hubiera conocido a don Lucio unos meses antes no le hubiera creído pero ya aceptaba la realidad de otros planos de existencia.
-Yo quiero saber más don Lucio, no me importa lo que tenga que hacer. Además, acepto el riesgo.
Don lucio me miró de nuevo y una expresión que interpreté como de confianza asomó a su rostro. De nuevo pareció meditar un instante antes de hablar.
-Veo que existe entusiasmo y fuerza y eso es lo que se necesita. Lo que quiero saber son las intenciones que tiene.
Mi intención era saber y volar, así, literalmente. Sin embargo, no sabía cómo explicarlo. Por otro lado, había dedicado mi vida a escribir y con cada nuevo libro sentía que aportaba algo positivo al hombre.
Eso es lo que le hice saber, añadiendo una comparación:
-Usted se dedica a curar don Lucio, porque sabe que es bueno y con ello copera al bienestar humano. Yo escribo por las mismas razones. Mi intención es saber más y compartir mis conocimientos.
-Muy bien, muy bien -dijo don Lucio con dulzura-, veo que no hay nada malo. creo que puedo hacer algo. Convocaré a los espíritus (ya nos le llamo gentes), y les diré que quiere hablar con ellos para así obtener sabiduría.
Eso me pareció excelente. Necesitaba hablar de mis ideas y nadie mejor para entenderme e instruirme que entidades espirituales. Se lo agradecí y además le hice entender que lo que quería era ir por aquel camino solo, sin depender de alguien.
-Lo único que será necesario hacer -dijo abruptamente don Lucio- es una ceremonia en la que daré luz.
Al final le pregunté si el manejo del tiempo permitía viajar de un lugar a otro.
-En espíritu si, -me contestó-, pero no en cuerpo. El tiempo puede detenerse, acelerarse o retardarse, pero nadie puede viajar con su cuerpo en él.
El martes fui a comprar todas las cosas necesarias para la ceremonia y se las llevé a don Lucio. Revisó las veladoras, el mole, las flores, las frutas y dulces. Después nos sentamos a platicar.
-Estuve hablando con ellos -dijo con seriedad don Lucio- y me preguntaron qué es lo que iba a hacer con el conocimiento que le den.
-Voy a escribir don Lucio- le dije.
Pues ellos dicen que habrá cosas que no pueda escribir y además quieren saber que hará con los beneficios de sus libros.
Debo confesar que aquello me decepcionaba. Nadie excepto mi propia conciencia tenía derecho a decidir sobre lo que escribiría. Por otro lado, los beneficios serían absurdos, pues por más libros que se vendan en México, (si es que los editores aceptan publicarlos) la ganancia para el autor siempre es ridícula.
Se lo hice saber a Don Lucio, añadiendo que no aceptaba imposiciones con respecto a lo que escribía, pero que me daba cuenta del cuidado y respeto que debería tener al hacerlo. Le mencioné que comprendía que algunas cosas no se deberían decir y que no se preocupara. Don Lucio parecía convencido y me preguntó lo que me había sucedido desde que nos vimos la última vez. Le conté las dificultades por las que atravesaba y le dije que tenía la sensación de estar siendo probado.
-Sobre todo- agregué-, hay alguien que me estoy encontrando en lugares inesperados. Un señor de edad avanzada y cara muy extraña se había cruzado en mi camino tantas veces que no podía ser coincidencia.
Don Lució pareció preocuparse y me hizo varias preguntas acerca de las características del señor. Al final me dijo que lo vería en su recorrido nocturno.
-Si es de ellos -dijo sonriente- me lo traerán, y si no es de ellos, ya se verá que quiere.
Al despedirme me explicó la razón de las veladoras que me había pedido para la ceremonia. Dijo que al prenderlas, él se daría cuenta (por el tamaño de la luz) de la respuesta de los espíritus.
Al principio me había solicitado 6 veladoras, pero en esta ocasión duplicó la cantidad.
-Es por que la cosa es más seria de lo que creía. Se necesitan 12, por los apóstoles- dijo seriamente.
También me pidió alcohol y puros. La razón que me dio es que en la ceremonia estaría “gente” de todas las edades.
Se necesitaba alcohol porque cuando esa gente vivía en el mundo, no existían bebidas como las de ahora. Para los niños me pidió chocolates y dulces.
El jueves llegué 30 minutos más tarde de lo convenido. El nietecillo de Don Lucio me saludó por mi nombre, y su abuelo me explicó que antes de iniciar la ceremonia iba a hacer unos trabajos en el monte con unos discípulos. Decidí acompañarlo y tras caminar un buen trecho, nos encontramos en una pequeña esplanada rodeada por campos de labranza. A dos o tres metros del lugar en el que el discípulo de don Lucio había sentido el inicio de su enfermedad había un árbol dañado y quemado por un rayo. A don Lucio aquello le pareció lógico. Prendió copal e inicio la ceremonia de “limpia“, la cual incluyó varias etapas. Primero el copal, cuyo humo don Lucio esparció por todo el lugar. Después cubrió al doliente con flores y le lanzó alcohol. Por último, esparció una limonada en todas direcciones y con dos palmas en las manos ahuyentó y desenredó (así dijo después) los espíritus que se habían posesionado de su alumno.
En el camino de regreso le pregunté si él podía ver los espíritus y me contestó con un “¡claro que sí! Si no, ¿Cómo le haría para curar?“. Por fin llegamos a su casa. Mientras habíamos asistido a la “limpia”, la esposa de Don Lucio había puesto las flores, frutas y veladoras sobre la mesa. Don Lucio explicó que los males de sus discípulos también lo eran de él, y por lo tanto, debía curarlos y cuidarlos como a sus hijos.
La ceremonia se inició con el encendido de las veladoras. Don Lucio veía las flamas y de acuerdo con su altura o coloración, lanzaba expresiones de contento o preocupación. Después hizo la introducción frente a la asamblea de espíritus, diciendo que él me recomendaba y hacía hincapié en mi entusiasmo, buena fe e intenciones. Don Lucio seguía viendo las flamas y anunciando que todo iba bien, que no tenía problemas y que había sido aceptado.
Más tarde, nos sentamos a comer y empecé a hacer preguntas:
¿Existe la reencarnación?, ¿Las gentes del tiempo reencarnan?, ¿la conciencia se adquiere o se deposita en un cuerpo?, Don Lucio reía ante las preguntas y contestaba una por una.
-La reencarnación si existe -dijo solemnemente-, los trabajadores del tiempo nunca regresan y la conciencia se da.
Discutimos luego acerca de una profecía tibetana que mencionaba a México como lugar de inicio de un gran cambio de conciencia.
-El cambio ya fue iniciado, -dijo don Lucio- y será muy grande.
No me quiso decir cómo ni cuando se había iniciado, pero me contó la historia del abuelo del discípulo que recién había “limpiado”.
-Era un hombre muy bueno, pero los rayos se la traían con él. El rayo le cayó tres veces y la última de ellas lo mató. Se convirtió en trabajador, pues estos siempre van con los rayos. Ahora su nieto tiene un trabajo, pero se ha “dejado” y por eso le vino la enfermedad.
Continuamos hablando por varias horas y, al final, quedamos de vernos el lunes para platicar acerca de nuestras experiencias. Nos despedimos y Don Lucio me deseó toda clase de bienes.
Una iniciación chamánica
Lo que continúa es la reproducción casi literal del relato de la iniciación de don lucio al chamanismo, narrada por el mismo autor, durante una conversación realizada en el recinto de los altares de su casa. Un relato de este tipo requiere, para ser obtenido, de la confianza del chamán y esta solo se logra después de pasar por pruebas de intención. En este caso don Lucio permitió inclusive la reproducción de su relato.
Encontré a don Lucio jugando con su recién nacido nieto, en el extremo de una pequeña mesa de madera en donde comía el resto de su familia. Las risas se mezclaban con los vapores húmedos que humeaban el temazcal, seguramente preparado para la recién parturienta madre. Me recibieron como si fuera otro miembro mas de la familia y me hicieron acompañarlos. Yo venía de Tepoztlán y de pronto sentí que el pueblo de don Lucio era mucho más mi verdadero hogar.
El nieto de don lucio me miraba, plácido y relajado, mientras su abuelo, casi sordo me decía que dios lo había bendecido de nuevo. Yo sentía un fuego interno casi insoportable y había decidido venir a visitar a don Lucio para pedirle consejo. El pareció entender mi urgencia y me invitó al cuarto contiguo en el cual una mesa llena de estatuillas y velas servía de altar junto a dos pequeñas sillas de madera. Nos sentamos uno frente al otro y don Lucio se percató de que su veladora roja había desprendido toda su parafina a través de una grieta en el vaso de vidrio que la contenía. “Se tronó por demasiado calor “, me dijo con una sonrisa. Yo lo entendí como reflejo del fuego que me consumía.
Don lucio me miró a los ojos y sentí que me traspasaba, “hay que conservarse “, me dijo con seriedad, “en estos tiempos el mal anda suelto y trata de meterse, pero uno debe rechazarlo para mantenerse en alto. Nada debe hacer caer y con la ayuda de dios todo se arregla”. Me gustaron sus palabras, eran un reflejo exacto de lo que sentía y se las agradecí. Después de un instante de silencio concentrado, prosiguió:
“Es como el otro día. Ya ve que hasta en el tiempo se refleja el otro y trata de dejarnos sin cosechas. Vidé en el cielo una nube negra como remolino y me di cuenta que de las cuatro direcciones venían igualitas nubes, todas arremolinando y dando vueltas. Me dije que aquello era muy grave y que una gran batalla se estaba dando ahí en el cielo. Tomé mi luz y la puse del lado derecho y del izquierdo prendí mi carbón y me preparé para sahumar. Yo me senté en medio de ambas en la puerta de mi casa y preparado para rechazar aquellos seres. Empezó a granizar y, mire Jacobo, en un instante la Tierra se blanqueó. Me puse fuerte y la mandé para arriba y allí se fueron, rápido como habían venido, se divisaban dirigiéndose hacia Tepoztlán y Zempoala las condenadas”.
Yo no pude ocultar mi alegría, reí y de puro gusto palmeaba a Don Lucio quien hacía lo mismo que yo.
“Es lo mismo con la gente”, dije yo de improviso, asombrándose de mis propias palabras; se trata de introducir en uno como las nubes y es necesario mantenerse apartado”.
“Así es”, me contesto mostrándome su mano izquierda. “¿vez estos dedos?, pues con ellos aprendí a dirigir el rayo“.
El súbito cambio en el tema de la conversación me tomo desprevenido. Yo estaba planteándome una pregunta que no tuvo tiempo de subir a la superficie de mi conciencia pero que después de la observación de don Lucio apareció con claridad. ¿Quiénes eran los seres tras las nubes?.
Se la planteé a don Lucio y el me miró sorprendido. “¡Pues que no le he contado!”.
“A lo mejor, pero ya no me acuerdo” le contesté con timidez.
“Ah caray Jacobo… pues ahí le va. Mire, el otro día en el campo un árbol fuerte y de tronco muy ancho amaneció sacado de la tierra con todo y raíces y volcado sobre el trigal de un compadre. A mi me llamaron para que lo fuera a ver y diera testimonio. El árbol había sido extraído del suelo por una mano muy fuerte y dejado a una distancia de su origen, sanito, sin una muestra de daño, completo con todo y sus ramas. Yo supe que eso lo habían hecho los del tiempo, que son muy fuertes y que trabajan juntos. Yo también hacía esos trabajos cuando andaba con ellos”.
“¿Y cómo llegó con ellos?”, le pregunté con ganas de volver a oír la historia.
“Bueno, ¿pues que no le he platicado hombre?”.
“Mire”, prosiguió con decisión, “Un día me llevé mi ganado a pastar al monte. Ahí estaba como a las 3 de la tarde, cuando de pronto volteé al cielo y vi como una pelota, hecha de gajos de todos los colores, que se me acercaba muy rápido. La pelota esa brillaba y estaba tan bonita que estiré mis manos para tratar de atraparla. Así estaba, cuando de pronto todo se volvió negro. Como a las 5 y media me desperté en el suelo, sin saber qué es lo que había pasado. Corrí a ver a mis vacas y al tocarme la cabeza la sentí húmeda y sin sombrero. Vi que el pasto en donde había estado estaba aplanado y de pronto me acordé de lo que había pasado. Me dio un miedo de muerte porque entendí que me había caído el rayo encima. Corrí hacia mi ganado y me encontré con un amigo. Le dije que quería guarecerme en mi casa por temor de que el rayo me volviera a encontrar. Mi amigo se rió de mi y me dijo que aún en la casa me podía suceder. Entendí que tenía la razón y me conformé. ¡Al fin y al cabo en todos lados era lo mismo!. Me senté sobre una piedra a contemplar el campo. Hacía un sol muy bonito y yo me sentía bien, pero con un hambre del carajo. Nunca había sentido tanta hambre. Me levanté y llegué a mi casa. Mi mujer estaba embarazada de mi primer hijo y no le quise decir nada para no asustarla. Le pedí que me ayudara a quitarme mi gabán y ella se acercó y olió a quemado. Pues ora, ¿de dónde es ese olor?, me preguntó. Yo no le dije nada. Comí como desesperado pero esa fue la última vez que lo hice. A partir de ese día ya no quería comer y a los quince días estaba yo en los puros huesos. Me enfermé de muerte, Jacobo, y me tenían que llevar cargando de un lugar a otro porque yo no podía ni caminar. Les pedía que me dejaran morir en mi cama y ya no me pasearan porque nadamás me daba vergüenza. Me llevaron a médicos, a centros de curación y nadie sabía qué me pasaba. Así me pasé 3 años de mi vida. Mi cuerpo estaba de muerte pero mi espíritu se había desprendido y estaba con los del tiempo… conocí muchas cosas, Jacobo, y recorrí los rebaños de todos colores y sus pastores”
“Oiga Don Lucio”, interrumpí, “¿De dónde son los seres de los rebaños?”, la expresión de Don Lucio cambió. Me miró fijamente a los ojos como preguntándome si hablaba yo enserio, y después me palmeó la espalda riéndose.
“¿Cómo que de dónde son los seres de los rebaños?”, dijo riéndose. “!Qué pasó Jacobo, qué pasó!
¿En dónde anda su cabeza?; Pues somos nosotros… ¡Si, hombre, nosotros somos los rebaños!. ¿Qué apoco no sabe? ¡Caramba!”
Me sentí apenado, aunque la interrogante seguía en mi interior. Miré inquisitivamente a Don Lucio y él parecía adivinar mi duda. Se clareó la garganta y prosiguió diciendo:
Los colores son varios, blanco, amarillo, después oro, negro. A ver, Jacobo, ¿De dónde salen los colores?“
“Pues…, yo no sé, Don Lucio.”
“¡Hay, carajo! Pues ¿dónde anda esa cabeza, hombre?, mire, los blancos somos nosotros, los mexicanos; los güeros pues son los americanos; los de oro son pues los alemanes.”
“Yo creí que los negros eran los americanos, Don Lucio”
“No, hombre, qué pasó, qué pasó, todos somos iguales y más allá más, entre los del tiempo. Allá si se trabaja en igualdad, aunque siguen existiendo los colores.”
“¿En qué se trabaja?”, pregunté con curiosidad, sintiéndome como un niño chiquito frente a un enorme y sabio viejo.
“Eso si que es bonito”, dijo Don Lucio con una sonrisa.
“Existen muchos trabajos, por qué, ¿no le he contado?”
“El primer año estuve trabajando con el tiempo. Caminaba con los rebaños de un lado hacia el otro. Allí en un minuto uno camina de México a Estados Unidos. Vigilábamos las nubes y los relámpagos y dábamos vueltas alrededor del mundo cuidando y cambiando el rumbo de las tormentas.
Mire, ve esta mano, de los dedos salían luces para mover los rayos.
“El segundo año estuve trabajando la tierra. Aprendí a reconocer las semillas y a plantar y a cosechar. Hoy sé cómo cuidar el maíz, el trigo, el frijol, las habas, todo lo que se pueda plantar.
“El tercer año conocí todos los rebaños y sus pastores. Como ya dije, los rebaños son de todos colores y el primero de ellos es el blanco y ese somos los mexicanos”
Yo había estado en una reunión en Tepoztlán en la cual un arqueólogo, Alexander Von Wuthenau, había defendido la tesis de que México había sido visitado por hombres de todas las civilizaciones mucho antes que colón. Yo le había preguntado si eso significaba que el mexicano actual era el producto de la mezcla de todas las razas y él había dicho que si. La luz blanca es la mezcla de todas las luces y eso coincidía con lo de Don Lucio. Se lo hice saber y él me contestó diciendo que México estaba al centro.
“Así es Jacobo, México es el centro y por eso nos visitan tanto, nosotros tenemos esa luz.”
Yo acababa de regresar de India y Nepal y la observación de Don Lucio reflejaba mi propia opinión. El mexicano parecía poseer el contacto con el centro mismo de la conciencia, sobre todo el mexicano del campo.
“Por eso mismo antes no soportábamos a los extranjeros, los sentíamos lejos y extraños de ese centro y eso nos resultaba muy difícil”, me dijo Don Lucio con convicción.
“Es que ese centro”, añadía yo, “es el más grande tesoro. Es de allí que se puede sentir el infinito. Es nuevo cada instante y al mismo tiempo igual. Desde allí se puede curar, todo adquiere significado.”
“Así es”, dijo Don Lucio palmeándome la espalda, “veo que usted me entiende, y por eso, véngase un día de madrugada y en ayunas para que pueda tener el testimonio de los colores y los rebaños. Eso es muy importante saberlo, mucho muy importante.”
Obviamente la invitación me sedujo y dije que vendría un sábado a dar testimonio.
Le recordé a Don Lucio que me estaba contando su encuentro con todos los rebaños. Se aclaró la garganta y continuó su relato.
“Caminaba entre ellos y así un día llegué a un valle muy grande, en donde estaban reunidos todos los rebaños y sus pastores. Las montañas estaban llenas de ellos y todo se veía muy precioso. A la mitad del valle estaba el pastor de todos los pastores sentado en una roca con una barba blanca muy larga y un bastón sobre sus rodillas. Yo estaba en la orilla del valle cuando los rebaños se sintieron abrieron camino. Caminé entre ellos y poco a poco fui acercándome al pastor mayor, cuando llegué a él me miró y recogió su bastón. Me dio la bienvenida y dijo que yo estaba ahí gracias a la bondad de Dios, me preguntaba si deseaba seguir hasta el final del camino y al decirle que si me señaló una vereda y me indicó que después de recorrerla regresara a dónde estaba. Así es que seguí caminando hasta que llegué a una montaña que obstruía el camino. Otras dos montañas a los lados resguardaban un pequeño valle. A la izquierda una cruz con el cristo en ella me miraba. Jesús estaba allí, sin clavos, por su propia voluntad. A la derecha había tres arcos y una viga. Me acerqué al primero y el que lo cuidaba me preguntó si deseaba ver su interior. Le dije que si y lo abrió. Un agua cristalina estaba allí revoloteando tranquila. Unas gotas me salpicaron y una me cayó en la frente. Comprendí que era el líquido del bien.
“La segunda caja contenía un líquido cenizo y turbio y también daba vueltas y revoloteaba en remolinos”
“¿También fue salpicado por esa agua?”, pregunté.
“Si, también, y entonces se me dijo que la tercera caja era terrible que si quería no me la enseñarían, me negué y la tapa fue abierta. Un remolino terrible la lanzó al aire y pude ver en el interior. Animales horribles vivían dentro, víboras espantosas se cruzaban con ranas y sus bocas venenosas salían de la superficie de un líquido muy oscuro tratando de morderme. Después de ver todo eso regresé con el pastor mayor. Me dio la bienvenida de nuevo y me dijo que todo me había sido mostrado porque esa había sido su voluntad.”
“Ahora, me siguió diciendo, es mi voluntad que regresas a tu lugar de origen y ahí recibas a todos estos rebaños y los orientes hacia la luz y los despejes. Yo me sentí morir. Después de tres años de estar en la gloria me hacían regresar al infierno de la tierra, a pesar de mi disgusto acepté mi misión, pero le pedí al pastor que su presencia me acompañara en mi trabajo. No sólo eso, me contestó, también tendrás la ayuda del mundo espiritual.”
“Regresé pues, a este mundo y una tarde le dije a mi mujer que me ensillara una burrita, así lo hizo y monté en ella y me fui al campo. Encontré un prado junto a un árbol y ahí me acosté. Me levanté después de unas horas y regresé a mi casa. Mi mujer me recibió y poco a poco me fui curando yo solo con ayuda del campo.”
“El pastor mayor también me permitió cobrar mis curaciones y darme tiempo para cultivar el campo y así mantener a los míos.”
“Un día vino un señor al que lo había yo ayudado. Me ofreció dar un puesto en el seguro social en la ciudad de México, para hacer mi trabajo. Yo le dije que no, nadamás los miré a los ojos y le dije que pues ¿Qué pasó? Que yo no quería volverme como uno de ellos, sino más bien mantenerme responsable de mi trabajo. El me insistió, me dijo que tenía muchas influencias y que nadamás era cuestión de que yo firmara unos papeles y eso bastaba para asegurarme de por vida. ¿Pues que pasó? Le volví a decir y me volvía a negar, él se enojó y dijo que yo no aceptaba ni lo regalado. Luego, pues yo me doy cuenta de que aquí es mi lugar y aquí recibo a las gentes de los rebaños. A veces vienen sacerdotes y yo les pregunto acerca de sus rebaños y ellos no entienden lo que les hablo. Hágame el favor ¿si ellos no entienden, entonces quién?.”
“Un sacerdote siempre me viene a pedir mi bendición. Pues ¡Esa si que es grande!. Yo dándole la bendición a un sacerdote, y cuando le pregunto que por qué, el me dice que es porque siempre le va bien cuando yo lo bendigo.”
“Ahora cuido los campos y alejo a los seres malos que quieren acabar con las cosechas y le digo a los campesinos que vayan a bendecir sus cohetes y que los hagan tronar en el aire cada vez que venga una nube mala y así lo hacen y todo va muy bien.”
“Usted, Jacobo, venga a dar testimonio cuando usted quiera, aquí lo espero.”
Los daños
Lo había oído en boca de Don Lucio. La gente es envidiosa y hace “trabajos”. Los celos enredan el espíritu, la envidia provoca “daños”. Luego es necesario hallarlos y hecharlos fuera-¿Cómo? Pregunté a Don Lucio-Cuando el espíritu está enredado es necesario desenredarlo, yo uso la palma y a veces algún seguro.-¿Seguro?-Los gallos rojos se tragan …
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