En 1975 murió su hijo mayor. Estando en el velorio y sin poder contener las lágrimas, de pronto se le cerro la boca y perdió la conciencia. Los que estaban con ella solo vieron que su cuerpo adquiría otra postura y que su voz cambiaba. Ya no era una mujer sino un hombre lleno de culpas. Los llevó a un cuarto contiguo y allí les pidió perdón.
A través de esa madre afligida habló alguien que no era ella ni su hijo muerto, sino su asesino. Pidió perdón y misericordia, prometió ayudar y sacrificarse para pagar su culpa…
A partir de ese día, doña Asunción supo que algo extraño había nacido en ella. Se sentaba en una silla, sentía como se le cerraba la boca y su cuerpo se iba y después no recordaba nada. Su familia y aquellos que la podían ver, le contaban que su hijo muerto hablaba por su boca y que curaba a aquellos que veía con dolencias.
Yo la conocí en una sesión sabática, en el cuarto de meditación de Iván Ramón. La sesión fue memorable porque después de tres personalidades alternas, Iván Ramón se convirtió en un doctor chino, hablaba y se comportaba como un oriental auténtico. Junto a él estaba sentada Asunción, con los ojos cerrados. De pronto esta mujer empezó a manifestar las alteraciones de ritmo respiratorio característicos de la entrada en trance mediumnístico. Después, se levantó de su asiento y se dirigió al cuerpo de Iván Ramón… le habló en un léxico y en una entonación muy parecidos a las del “chino”, después del chino, este le contestó.
Aquello era un espectáculo inconcebible. ¡Un oaxaqueño y una hidalguense hablando en chino y entendiéndose a la perfección!...
Era claro que se entendían, es más, discutían acerca de algo de importancia a juzgar por sus gestos. Ambos, manteniendo su diálogo, se presentaron a trabajar con las personas que, atónitas, observamos el espectáculo.
Nos llamaron uno a uno y en ese lenguaje extraño nos interpelaron y después nos dieron un mensaje. Pero aquello no era un mensaje normal. El procedimiento que usaban era casi idéntico en ambos y consistía en colocar sus manos sobre la nuca y frente de cada uno de nosotros. Después, hacían vibrar sus manos rápidamente.
Más adelante recorrían nuestras espaldas haciéndolas vibrar. Por último, nos soplaron del lado derecho e izquierdo de la cabeza y nos lanzaron agua después de hacer lo propio con ellos mismos.
Lleve a doña Asunción a una estación del metro capitalino. Observé sus rasgos: indios, fuertes, con dos trenzas blancas enmarcando su cara redonda, llena de arrugas, de madurez y comprensión. Le pregunté: ¿Por qué todo empezó al morir su hijo?, me contestó que aquello era normal. Cuando alguien en una familia tenía ese “don”, al morir lo heredaba a otro miembro de la misma familia. Recordé a Pachita y asentí. Ella, al morir, había dejado a Enrique su hijo menor como heredero de sus facultades quirúrgicas autóctonas. Era verdaderamente interesante que el asunto de la heredad. ¿Qué es lo que se heredaba y qué es lo que significaba esa facultad de poseer personalidades alternas? Los acompañantes de doña Asunción me aseguraron que ella podía curar heridas y hacer sanar a los diabéticos durante sus trances. Sim embargo, doña Asunción afirmó no poder recordar nada de lo que acontecía durante sus trances. Es, como Pachita era, una médium inconsciente.