Pachita fue una curandera mexicana de renombre, conocida principalmente por realizar cirugías y hasta trasplantes de órganos en su casa, sin haber estudiado medicina y en un lugar que no es adecuado por no contar con las condiciones necesarias de esterilización para realizar un procedimiento de este tipo. Pachita no realizaba éstas cirugías por ella misma, sino que fungía como médium para que el espíritu de Cuauhtémoc entrara en ella y realizara esas extraordinarias cirugías.
Su nombre real era Bárbara Guerrero, pero era conocida por todos como Pachita, nació en Parral Chihuahua alrededor del 1900 y falleció en la Ciudad de México el 29 de abril de 1979.
Desde muy pequeña mostró dotes especiales, llegando incluso a saber cuando iba a morir una persona con sólo verla. Sus padres al percatarse de la situación y evitar algún conflicto con las personas que se daban cuenta del don de la pequeña Bárbara, la llevaron con Charles, un hombre negro conocido de la familia que trabajaba en el circo, quien podía ayudar a Pachita a desarrollar su don.
De esta forma Pachita comenzó a desarrollar sus capacidades extrasensoriales, dedicándose de lleno a la meditación y a curar a las personas que acudían a ella por alivio, fue una gran curandera, logrando desde muy pequeña curar usando solamente sus manos. También curaba usando plantas medicinales, realizaba extractos y tinturas de plantas medicinales por sí misma para dárselos a sus pacientes como tratamiento.
Pachita se mudó a la ciudad de México pasados ya sus 20 años, ahí siguió curando como acostumbraba, y junto a su tía Cande practicaban juntas la meditación. En una de sus meditaciones, por primera vez se manifestó en ella el espíritu del último tlatoani azteca Cuauhtémoc. Como refiere su nieta, Liliana Ugalde, Pachita se encontraba meditando con su tía Cande cuando Cuauhtémoc se manifestó, utilizando el cuerpo de Pachita como “médium” para comunicarse, habló con la tía Cande y le expresó que había elegido a Pachita por ser una buena mujer, muy fuerte y capaz, para completar su misión en la Tierra, misión que no pudo completar por la llegada de los españoles a México, para este entonces Pachita rondaba entre los 30 años de edad.
El hermano Cuauhtémoc acordó con ellas que utilizará la materia de Pachita para curar y terminar su misión en la Tierra hasta 10 generaciones, siendo el hijo primogénito quien heredará el don, alternando en cada generación entre un hombre y una mujer y así sucesivamente hasta completar 10 generaciones.
En la actualidad, el hermano Cuauhtémoc continúa realizando su trabajo en nuestro mundo a través de la descendencia de Pachita, tal como fue el acuerdo hecho entre ambos.
Pachita y Jacobo Grinberg
LA ENTRADA
Encontré la casa frente a un mercado lleno de flores. Se advertía un bullicio frente a la puerta. Algunas sillas de ruedas, niños gritando y uno que otro ser extraño, maltrecho por heridas o “daños”. Como siempre, la llegada estuvo repleta de pruebas. Siempre que se inicia algo sucede que alguien prueba al aspirante.
¡Todo es tan frágil! La conciencia, el cuerpo… pueden enfermar tan fácilmente…
Toqué la reja y me pidieron esperar, ayer, le dije, en ruego, Pachita me invitó a ayudar al Hermano, dígale que Jacobo llegó… Me introducen a un garage lleno de macetas colgantes de un techo. Siento que penetro en filas de dolientes esperanzados. Siento que no estoy preparado, me enojé con el chofer de taxi que me cerró el camino, me puse de mal humor por haberme perdido en calles desconocidas, todavía vivo en el filo de la navaja, y en ocasiones me atrae la muerte y no puedo elaborar mis muertes.
Espero y veo caras, una niña de ojos brillantes, incapaz de hablar, caminar o pensar. Sonríe milagrosamente, la amo y pregunto a sus padres por su mal.
--Hace un año la operaron de las anginas y se les pasó la anestesia. Se convirtió en un vegetal y ahora, por lo menos sonríe. Pachita la ha operado varias veces y ha mejorado mucho.
Le pido a Dios y volteo y sigo sintiéndome no preparado. No me abren y sé la razón, a pesar de todo insisto de nueva cuenta. Decido sentarme en el suelo para meditar, como siempre comienza la lucha, la única posibilidad es asentarlo todo, decir que algo está mal y algo está bien es anteponer alguna estructura a la sabiduría interna. Me dejo libre y una negrura me invade, poco a poco comienzan los pensamientos, aparece la primera imagen, todo un proceso colosal transformado y de tanto y purificado, manifestado, corregido y doy gracias por la maravilla.
Me invade una sensación de paz, toco los tentáculos de mi ser y en otro descuido me deslizo por uno de ellos en dirección a mi centro. Ahora sólo es paz sin certeza, estoy conmigo y con él, y con todo y sé que sé. Abro los ojos, me aproximo a la puerta y en ese momento sincrónicamente me anuncian --El Hermano quiere que pases.
Una pequeña antesala resguardaba el cuarto de trabajo del hermano, una cortina me dio la bienvenida. Todo parecía muy natural, excepto la custodia de la entrada. Un muchacho preocupado impedía o facilitaba la entrada, dependiendo de las instrucciones del hermano Cuauhtémoc. Descorrió la cortina y unos cuerpos envueltos en sábanas y acostados en el piso me saludaron como presencia del familiar y simultáneamente aterrorizante espectáculo. Después aprendí que los operados recibían en ese cuarto la energía suficiente para cicatrizar las heridas y equilibrar su campos energéticos.
--Mi niños, acércate, llegaste en el momento preciso.
La voz del hermano me recibió haciéndome sentir en familia, cuidado y bendecido. Pachita se encontraba sentada en una silla junto a una cama de tablas, cubierta de un colchón de hule espuma con plástico encima. Sus ojos cerrados miraban a Leo, su ayudante durante seis años, siempre presente dos días a la semana. Leo me saludos y me acomodó a su izquierda. Me
arremangué la camisa y me preparé para recibir instrucciones. Junto a mi un parapsicólogo argentino tomaba fotografías.
La imagen de mi primer entrevista con Don Lucio apareció, en Nepopualco la mesa de operaciones era un altar y los instrumentos eran huevos, palma y agua purificada.
Aquí los mismos manejos se hacían con un cuchillo de monte.
Apareció una señora enferma del estómago.
--Hermana linda, ¿qué te pasa?
--Tengo dolor hermano, no puedo vivir con él, ayúdame en el nombre del padre.
--Así sea hijita, acuéstate mi preciosa
Nos trajeron una sábana, cada enfermo traía una, junto con una venda y unos broches.
Se desabrochó la fada y pedí unos algodones secos, los coloqué alrededor del estómago y antes de poder expresar palabra alguna, el cuchillo de monte del hermano penetró en la carne. Pedí a Dios no desmayarme y supe que debía darle fuerzas a la hermanita, le pregunté su nombre, le tomé la mano, la consolé y acaricié mientras veía salir la sangre de una herida de 15 cm hecha por el cuchillo. La mano de Pachito auscultó el interior del vientre, y cortó algo que produjo un olor fétido, en dos minutos había concluido la operación. Leo me indicó que pidiera un algodón empapado en alcohol y me ordenó que suturara.
--¿Saturar?
--Rápido satura la herida
Supe que debía colocar el algodón sobre la herida y colocar mis manos sobre él, lo hice y la herida cerró instantáneamente, me dieron una venda y cubrí el vientre con ella.
La mujer reía y daba gracias, la levanté, sintiéndola sin peso después de cubrirla con la sábana, y se la llevaron a descansar.
La colocaron el suelo sin queja alguna. Volteé a ver al Hermano y a Leo y les dije que estaba con Dios. Sentí que había cerrado una herida, que el hermano había manejado la materia como si fuese un juguete, que Leo era un santo, me dije que esto era, que no existía límite, que Dios existía que éramos dioses, que éramos, éramos…
Después una fuerza me guió en 15 operaciones más, di cariño, di amor, inspirado por esas gentes y curé.
¡Quiénes éramos! ¿Qué es lo que nos traspasaba? ¿Quién era el hermano, quién Pachita?, ¡Todo es posible!
A partir de esa primera intervención, todo fue natural. Me sentí como en mi hogar, el mismo que visito en mis meditaciones. Por primera vez no hubo diferencia alguna entre mi pensamiento y el mundo, por primera vez en mi vida realmente hice algo.
No hay anestesia, no se suturan las heridas, apenas y hay dolor, los operados ríen mientras sus entrañas y su sangre nos bañan.
Me costó un año llegar al silencio. Cuando regresé de Tepoztlán por poco muero de angustia. En ese pueblo mágico se leía el pensamiento y se hacía llover, y en una ocasión vi al Tepozteco revisando de energía mandar truenos al valle, en respuesta a una oración. En Tepoztlán hubo maravillas pero no había silencio. Los pobladores gustaban lanzar cuetes en los momentos más significantes del día y las mujeres cazaban a los hombres como conejos. Rita había comprado una jaula en la que encerró a dos pájaros, los bautizó con mi nombre y el de O. y los observaba, así nos vigilaba. Sara lanzaba el oráculo y viajaba en vidas pasadas, y Paul veía platillos voladores, Don Lucio se comunicaba con el espíritu de los daños y con el señor de la luz, tampoco había límites, pero no existía el silencio.
Cuando escribía en Tepoztlán, lo hacía entre las posturas de yoga, sentado en un jardín, con un cuaderno al lado. En las noches dormía en el pórtico de mi casa viendo las estrellas pero no había silencio.
Aquí entre el atronador sonido de la sangre y el susurro del cuchillo penetrando los huesos, había silencio. El mismo silencio que había aprendido a vivir en la meditación, el mismo que permitía volar hacia el infinito y trabajar en el lugar que más me gustaba, pero del que generalmente sólo rememoraba la sensación placentera de haber estado.
Solamente una vez había podido seguir a mi conciencia durante sus viajes recuerdo haber visto gente y haber trabajado con ella en algún proyecto colosal. Aquí había silencio y era ese mismo lugar, pero en conciencia, en vigilia, despierto, conmigo, sin necesidad de recordar.
La segunda operación fue la de una niña sobreanestesiada, le acaricié la cara, le besé sus ojitos dulces y le tomé la mano, Le di todo mientras el hermano aplicaba su cuchillo en la parte posterior de la cabeza. Con un movimiento intenso penetró el cuero cabelludo mientras Leo y yo dábamos energía. Abrió el hueso y de pronto un tejido fresco se materializó en la mano izquierda del hermano. Con el cuchillo levanto la carne e introdujo ese tejido en el cráneo. Coloqué mis manos sobre el algodón mojado lo apliqué y me ordenó cerrar la herida. Como en la primera operación la herida cerró instantáneamente.
En mis días de estudiante y después como psicofisiólogo pude observar el choque espinal. Basta cortar la médula espinal para dejar paralizada a una persona sin remedio y de por vida, eso fue al menos lo que aprendí en esos días, nos trajeron un muchacho, de 30 años, en una silla de ruedas. En un accidente automovilístico su médula espinal recibió un impacto atroz y con la corriente nerviosa proveniente de las áreas motoras corticales, dejó de activar los músculos de las piernas, parálisis de la parte del tronco y las extremidades inferiores fue el resultado.
-Acuéstate, mi niño precioso, mi amor, mi pobrecito angelito.
-Hermano, me operaron y me pusieron dos barras de metal y no siento mis piernas ni las puedo mover. ¡ayúdame!
-Así sea, en el nombre del padre.
La voz del hermano era la de una madre y vi lágrimas en los ojos del muchacho.
Se acostó boca abajo, entre Leo y yo cubrimos su espalda y la cubrimos de algodones.
El cuchillo penetró las vértebras y cubrió la médula espinal. El hermano unió los extremos despedazados y pidió un injerto de hueso. Un ayudante le trajo un frasco de vidrio del que sacó un hueso y con el mango del cuchillo lo incrustó en la espalda. Leo más precavido que yo, con las manos. Yo fui salpicado y unas gotas rojas quedaron en mi oreja como testigo del portento.
Apliqué mis manos y la herida cerró y el muchacho comenzó a mover una pierna. Ligera pero segura la conexión quedaba reestablecida y sólo era cuestión de tiempo. Acaricié la pierna del operado y di gracias al cielo.
Después trajeron a un viejito de 85 años obrero de una fábrica, no podía comer. Su esófago se había cerrado hacia tres meses y sólo se alimentaba de líquidos.
El hermano lo hizo acostar y pasó sus manos sobre el vientre del enfermo. Vió lo que tenía dentro y supo qué hacer. Abrió desde la garganta hasta el estómago e introdujo sus manos en el conducto esofágico. Lo despegó y lo dejó libre. Luego tomó el pene del enfermo e introdujo el cuchillo por el conducto urinario. Volteó a verme y todavía con los ojos cerrados bromeó: ¡Aquí hacemos de todo!.
Cerré la herida y el hermano pidió un bolillo duro
-Comételo buen hombre, angelito de Dios, cómetelo.
El viejito negó con la cabeza.
-Te dije que te lo comas no seas terco
Mordió el bolillo, lo masticó y después se lo tragó -Ya vez hermanito las obras del padre no tienen límite.
El viejo reía y Leo y yo nos abrazamos.
En mi vida anterior muchas veces me extrañé de adquirir fuerzas con el trabajo. En ocasiones podía escribir durante horas y cada vez sentirme más fresco en lugar de cansado. Pero el esfuerzo muscular me estaba negando. Quiero decir que no sucedía lo mismo que con el pensamiento. Inclusive de joven me sucedió lo mismo. Viví en un quibutz y en las noches después de cosechar duraznos y acomodarlos en cajas, cargábamos camiones. Siempre acababa molido por el esfuerzo.
Aquí con los hermanos después de cargar a los enfermos, vendarlos y darles fuerzas, me sentía cada vez más energizado. Pero el siguiente enfermito no requería esfuerzo muscular, cuando lo vi empecé a sudar. Una niña con trenzas alumbradas de moños, ojitos curiosos, fue traída y colocada encima de una sábana. Miré a Leo y luego al hermano encarnando a Pachita. Los tres empezamos a acariciar el cuerpo blando y dulce de la criatura y a hablarle con palabras amorosas. El hermano preguntó acerca de la enfermedad y el padre de la niña habló de una parálisis y una ruptura vertebral con sección modular. El hermano nos pidió que rezáramos. Después abrió la espalda de la criatura, cuando recién la acostamos en la cama había llorado pero ahora se calmó. El hermano injertó un hueso, cerró la herida y la dulce palomita empezó a reir y a mover sus piececitos.
La besamos, acariciamos sus trenzas y la devolvimos a su padre.
Todos reíamos y nos hacíamos bromas y nuestro ser daba gracias por todo lo visto y hecho.
Alguien vino a decirle al hermano que la mujer que necesitaba un injerto de vejiga había llegado. Pachita levantó los brazos y vi cómo algo se materializaba entre sus dedos.
-Es una vejiga, me dijo sabiendo lo profundo de mi asombro.
Una mujer joven entró al cuarto y se acostó. El hermano hizo un corte extenso e introdujo una mano en el interior de la herida. Localizó algo y me invitó a sentirlo. En la tarde de ese día me había cortado un dedo y temía enfermarme a la enferma o a mi mismo. Iva a decirlo y de pronto me pareció ridículo. Introduje mi mano y sentí un conducto delgado.
-Toca bien, hermano Jacobo y sentirás una piedra en el conducto renal.
La sentí y en ese momento desapareció.
Esta niña esta curada y no necesita vejiga, dijo el hermano con voz llena de certeza.
Volteé a ver la mesilla junto al cuerpo de Pachita y me di cuenta de que la vejiga había desaparecido.
-Hermano pregunté ¿en dónde está la vejiga?.
-Hay dulce niño, si no es necesario no se necesita y se va ella solita.
Cerré la herida y esperé al próximo enfermo. Una mujer entrada en años ocupó la cama.
-¿Cómo está mi amor? Le preguntó el hermano.
La mujer no contestó, venía acompañada de su hijo y el dijo que tenía cáncer.
-Bueno mi niña, vamos a quitárselo con la ayuda del señor.
El cáncer está localizado en las fosas nasales. El hermano introdujo el cuchillo en una de ellas y empezó a raspar. Se tardó varios minutos mientras reconocía el interior de las cavernas y después de una sonrisa dijo hecho está en el nombre de mi padre, terminamos a las doce de la noche.
Todos rodeamos al hermano y pedimos su bendición, supe que después de cada jornada el hermano atendía a sus ayudantes, les daba consejos y aclaraba sus dudas.
Al terminar y en un movimiento marcial, el Hermano levantó su brazo:
-Me despido de ustedes, ¡vayan con Dios!
Hubo un momento de tensión; entre la salida del hermano y la recuperación de Pachita opasaron unos segundos, el cuerpo de Pachita se desmayó en ese lapso y después se recueperó, me miró extrañada y me dijo que de dónde había yo salido, su conciencia era tan distinta que no recordaba haberme visto durante las operaciones.
-Me da mucho gusto verte hermano Jacobo.
Cuando Pachita fue por primera vez a la casa donde yo la conocí, me sucedieron muchos percances. Entre ellos la pérdida de una de las bazas en las que operaba, la dueña la había corrido
en el mismo día en que visitó la mansión en que me fue presentada, había solicitado un nuevo lugar y puesto que nos habíamos conocido en aquella importante residencia, pensaba que yo podía interceder para conseguirla.
Esa noche momentos después de despedirse el Hermano me había preguntado si yo pensaba ayudar. Le dije que lo haría en los que pudiera pero no parecía satisfecho.
Ahora ya siendo Pachita me confesó que no entendía a la gente que vivía en esa gran casa, rodeado de vigilancia policiaca precisamente por la importancia de sus habitantes. Son muy diferentes Jacobo, me da miedo tantos guaruras.
Yo sabía que era una prueba para Pachita, no debía pedir nada material, aún cuando no fuera su beneficio, sino el de otros.
-Cuídate Pachita le dije con énfasis, es una prueba y no debes dejarte, la abracé y tomé su cabeza entre mis brazos.
-Cuídate, hermanita linda y gracias por dejarte ayudarte
Muchas personas conocimos a Pachita a través de la investigación del Dr. Jacobo Grinberg, en su colección de libros “Chamanes de México”, Jacobo le dedica un tomo completo a esta gran curandera. Sin embargo, Liliana Ugalde, nieta de Pachita, a través de quien el hermano cura hoy en día, ha mencionado en varias ocasiones su disgusto al respecto de la obra de Jacobo y de otras personas que han hablado sobre Pachita. Liliana Ugalde refiere que el citado libro está lleno de mentiras y verdades a medias, lo que ha llevado a una idea falsa o distorsionada sobre ella y las curaciones que hizo a través de ella el hermano Cuauhtémoc.
Por tal motivo creemos de vital importancia exponer los puntos de Liliana, ya que al ser ella nieta de Pachita, haber convivido con ella en su infancia y además ser la actual portadora del don heredado por su abuela, es la mejor fuente de información veraz sobre Pachita y sus curaciones.
Liliana Ugalde es nieta de Pachita, ella es quien actualmente porta el don y funge como médium del espíritu del hermano Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca.
A continuación, citaremos varios puntos que Liliana Ugalde ha desmentido y que muchas personas, investigadores, programas y principalmente los libros de Jacobo Grinberg han dicho sobre Pachita:
1.- El cuchillo de monte sucio y desgastado que menciona Jacobo no era así, era un cuchillo normal.
2.-Pachita vivía en la Casa de las brujas. Esto fue dicho en un programa de National Geographic por un hijo de jodorowsky, en realidad su casa estaba en La Raza, en la casa de las brujas vivía un conocido de pachita que la llevaba para allá para realizar curaciones, pero no cirugías.
3.- En el libro de Jacobo dice que estuvo en la Revolución y que fue cabaretera, lo cual también fue desmentido por Liliana.
4.- Jacobo dice que Pachita era huérfana y que fue criada por un hombre negro que trabajaba en el circo. Esto fue desmentido también por Liliana, en realidad sus padres no la abandonaron, sino que al descubrir su don la llevaron con Charles, quien podía guiarla de forma correcta para desarrollar su percepción extrasensorial.
5.- Jacobo G. menciona que Pachita materializó órganos de la nada y los implantó en sus pacientes. Liliana dice que en realidad el hermano a través del cuerpo de Pachita usaba carne de puerco, por ser la más parecida al ser humano, y le daba forma de lo que fuera a necesitar para curar al paciente, también hace hincapié en que ese tipo de aseveraciones ha provocado que muchos pacientes acudan a ella con la expectativa de una cura instantánea y fantástica influenciados por las diversas historias, programas y libros que hablan sobre Pachita.
6.- Jacobo mencionó en su libro que fue a visitar a Pachita en múltiples ocasiones a lo largo de varios años. Liliana desmiente esto diciendo que era imposible, ya que Jacobo conoció a Pachita a través de Margarita Portillo por ser la hermana del presidente López Portillo, pero no fue hasta finales del 76 que éste llegó a la presidencia. Pachita falleció el 29 de abril de 1979 y según refiere Liliana, un año antes de que falleciera Pachita, Jacobo la fue a visitar, pero ella lo rechazó diciéndole que ya le había dicho todo lo que debía saber y que ya no la buscara. Lo que resta un tiempo de aproximadamente 1 año, en el que pudo ver a Pachita, pero no todo el año, sino de forma esporádica.